2008-05-28

Crónica sobre Egin

Echar la vista sobre mi trayectoria en Egin me desvela, con la distancia que dan los años transcurridos, un paradójico círculo, que empieza y se cierra en la Audiencia Nacional. Casi podría interpretarse como un símbolo de la cada vez más pesada incidencia de ese tribunal de excepción en todos los aspectos de la vida en Euskal Herria.

Sí, un largo camino que se inició allá por 1984-85, con las primeras crónicas que envié desde Madrid, como colaboradora, y se cierra con la férrea puerta de la celda de la prisión de Topas, donde me dejo inundar por estos recuerdos. Desde el principio, la actividad en la Audiencia Nacional ocupó buena parte de mi trabajo en Madrid. Calculo que redacté informaciones –más o menos desarrolladas– de unos 700 juicios, a lo largo de seis años. Junto a ello, di cuenta de cientos de detenciones, denuncias y testimonios directos de torturas, así como de las noticias que se generaban en las cárceles, desde borrokas hasta la justificación de la dispersión en una memorable rueda de prensa de Enrique Múgica, justificación complementada con otras informaciones más directas, más reales, obtenidas en fuentes más cercanas a Sabin Etxea, sobre lo que de verdad se pretendía con esa política.

Pero la información de la Audiencia y de tribunales generaba también otras informaciones, algunas con unas facetas chuscas, como la fuga de Ruiz Mateos de la Audiencia, en las narices de una pasmada Policía; o investigaciones frustradas por intereses políticos, como las de los GAL; pesadas sentencias del Constitucional o movidas en el Tribunal Supremo.

Más adelante, me tocó pasar en la Audiencia del papel de cronista al de testigo, tras el atentado del Hotel Alcalá, donde mataron a nuestro compañero y amigo Josu Muguruza. Finalmente, como es sabido, experimenté la condición de imputada, procesada, condenada y hoy vivo la de presa. Con el mismo hilo conductor de un trabajo profesional apasionante y apasionado, en un periódico contracorriente, Egin.

La información generada por las actuaciones de la Audiencia se extendía muchas veces a un contacto cercano con familiares y amistades de las personas detenidas y presas, compartiendo horas de espera angustiada, direcciones de hostales y alguna que otra caña con pincho de tortilla en alguna taberna de los barrios madrileños más populares, aquellos que no se suelen recorrer en esas forzadas visitas a Madrid.

Pero no se limitaba a las cuestiones jurídicas y represivas la corresponsalía en Madrid; al igual que Egin, abarcaba todos los campos de la noticia. Fueron los años de la “movida madrileña”, que no fue sólo Ramoncín o Alaska, sino también las multitudinarias marchas contra la OTAN; la dedicada labor del cura Enrique de Castro frente a la institución penitenciaria -un hombre que sigue en la brecha, defendiendo a jóvenes presos y presas sociales-; entrevistas de cariz social o cultural; la llegada del “Guernica” de Picasso, secuestrado primero en el caserón del Buen Retiro, hoy en el Museo Reina Sofía; y, ¡cómo no!, ¡hasta fútbol, con las finales de la Copa que por aquellos años jugaron Athletic y Real. Acompañando al especialista, redacté las crónicas de (buen) ambiente futbolero.

Y, por supuesto, la política. Pasilleo por el Congreso, otra mirada sobre sus sesiones, relación con las y los diputados vascos -también con gentes de Catalunya, Galiza y del PSOE, IU, incluso del PP-. Especialmente recuerdo -¡cómo olvidarla!- la etapa de las conversaciones de Argel, con su multitud de reuniones, rumores, especulaciones, y el ejercicio del tratamiento responsable de informaciones delicadas, cuidando aquel primer intento de proceso.

Fue estimulante, y gratificante, poder informar de toda esa compleja realidad socio-política y judicial mediante noticias y crónicas que añadieran otro tono al núcleo central de la información. Escribir crónicas exige una mirada personal, -crítica, irónica, cercana, humana, sentimental, según el caso-, pero no debería significar convertirlas en artículos de opinión ideologizados, algo que ocurre actualmente cada vez más y que padecemos de manera agudizada en Euskal Herria, cuando realidades existentes se narran en la prensa bajo el prisma del prejuicio previo y el objetivo ideológico -que no informativo- final.

Intentamos, y lo digo en plural, pues en la corresponsalía de Egin en Madrid colaboraron otras dos personas comprometidas en el mismo empeño, transmitir el color, olor, sonido, de aquellos años, de aquel corazón del Estado español donde Euskal Herria, el conflicto, se iba revelando más y más como un grave coágulo en sus estructuras.

Esa etapa concluyó pocos meses después del atentado del Hotel Alcalá, la noticia más dura, posiblemente, de la que tuve que dar cuenta, y que viví directamente. Josu Muguruza, además de militante, parlamentario y cálida persona, era redactor jefe de Egin, de la sección de Euskal Herria. Tras su muerte, y en el marco de la remodelación y cambios en el periódico, aterricé en Euskal Herria, en Bilbo, en primavera de 1990. Además, tras lo ocurrido, en Madrid había un peligro real de la extrema derecha.

Gente nueva, circunstancias diferentes, labores distintas como responsable de la delegación del periódico en Bilbo. Con ganas de trabajar y el apoyo de compañeros y compañeras, se sucedieron días, informaciones, debates también, pues el proceso de renovación de Egin fue largo, complejo y participativo. Este impulso vital de todo un equipo acabó finalmente trasladándome a la sede central de Hernani en 1991, metidos de lleno en la última fase de la renovación (ésa que la sentencia de la Audiencia Nacional no se digna ni a considerar, ciñéndose a su guión pre-escrito).

Como jefe de sección de Euskadi, primero, y subdirectora, después, parte de un equipo, dedicamos incontables horas a la transición del viejo Egin en blanco y negro al bullicioso y colorido Egin con la cabecera en vertical. Años de trabajo intenso y diverso, de quebraderos de cabeza, resistencia frente a campañas tan “democráticas” y “limpias” como el boicot de publicidad institucional o el sistemático señalamiento del periódico (dentro y fuera de Euskal Herria), mientras la tripulación periodística seguía ensanchando sus páginas de opinión con distintas y dispares voces y las de información con mejor elaboración de la noticia.
Alegrías había también, pese a las complicadas circunstancias. Los informes de OJD confirmando más ventas y mayor difusión, el trabajo con imaginación y sus tratos.

Y frustraciones y sustos, como la irrupción de la Ertzaintza en 1993 -un recuerdo cariñoso a Pepe Rei-, o la detención de compañeras y compañeros. Pero también un acusado interés de otros medios europeos por un periódico como el nuestro y su papel en un país en conflicto, el nuestro. Muchas cámaras y redactores europeos, tanto de la BBC como de medios libres, han conocido el interior de ese edificio que hoy se arruina en el Polígono Eziago de Hernani, y dieron testimonio mucho más real de lo que era Egin, que cualquier medio español.

Nada de todo eso, ni siquiera la enorme fuerza de su apoyo popular reflejada en los Egin Egunas, pudo salvar a Egin de la decisión política de ejecutarlo de golpe el 15/7/98, a la vez que se iniciaba un largo calvario judicial para miembros de su Consejo de Administración, para su director, Jabier Salutregi, y para mí misma, así como, por las consecuencias indirectas, para toda esa estupenda gente que lo hizo real durante los 20 años de su agitada y fructífera existencia.

Lo que invertimos y ganamos como personas y profesionales, lo que Egin aportó a la experiencia periodística y a la evolución política y social de la sociedad vasca, lo que supuso su cierre y sentencia, es imborrable e inseparable de la historia pasada, presente y futura del periodismo vasco.

Teresa Toda Iglesia, ex subdirectora de Egin,

[Testimonio escrito en la cárcel de Topas, Salamanca, en el mes de abril de 2008]

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