2008-06-26

Una burrada

¿Cómo empezar? ¿Empezar con la milonga de que diez años no son nada? Son muchos, demasiados, y uno, y siete, y cada mes de julio o agosto, a veces en setiembre, diciembre y también en meses que no acierto a recordar, eso sí, siempre sin avisar, me viene a la cabeza el término burrada y, paralelamente, se me ocurre una burrada de burradas.


Xabier Fernandez, periodista de Egin



Es una burrada, una necedad, sólo equiparable a la sucesión de concursos de asnos a los que nos aboca día sí y día también una determinada cabaña de burros de distinto pelaje. Queramos o no queramos. No deja de ser una burrada en el sentido cuantitativo del término, una barbaridad por la mochila de sensaciones acumuladas y las que aún faltan, por los reencuentros, los secuestros, las desapariciones, por la infinidad de proyectos vitales truncados, enmendados e incluso algunos arreglados, que de todo hay en la viña de Garzón.

Burrada escribir con la carga de la autocensura cuan res marcada. Y entre coz y coz no quiero parafrasear cronologías, no quiero desmembrar autos locos, no quiero entrar a debatir, discutir, guerrear, pugnar o pleitear sobre la justicia o la injusticia. Ese ha sido nuestro gran error, el sentirnos obligados a demostrar que la dignidad de una profesión, de un apego, de un sentimiento, de una manera de entender la realidad tan válida como las demás tiene que pasar el tamiz de la justificación. Estar abocados a predicar en el desierto de los que nos acusan de su defecto: no ver más allá de sus narices, en su caso porque además del egoísmo consustancial al género humano, la injusticia y la tan de moda víctima no les interesa si no lleva label oficial, si no es estéticamente correcta.

Quiero poner blanco sobre negro sensaciones que al menos nos hagan recuperar hormigueos, cabreos, risas y decepciones. Quiero volver a entrar en la oficina, a la que un día llegué enchufado con derecho a vista de polígono. Montado en un r-8 que, al principio, creía quemado a cada paso de ida y vuelta por delante de Oikina y sus achicharrados pollos. Tras los cristales polvorientos, los primeros ordenadores aparcaban definitivamente las máquinas de escribir y Hemen daba sus balbuceantes semanales pasos de la mano del infatigable Joxean Agirre.

Todo sucedió antes de pelear en el extrarradio de la información local a pie de obra, repleta de corresponsales forzados o vocacionales, mira que hacíamos páginas y hasta incluso cemento para adecentar la oficina, por Barakaldo (Txema, Amaia, Cristina, Artetxe en su último tren, Sampedro y sus fotos…) Getxo (Mirari, Kepa, la deshollinadora Carolina, Susana y su publicidad, Gora y Asla, Maite, Salazar) Bilbo… para regresar a Eziago e intentar lidiar con el patito feo de la información local a una escala impensable, sobre todo para la cuenta de resultados que lidiaba el “enfant terrible” Uranga.


eg27
Cargado originalmente por Zubiete


Argazkia: Jon Urbe



Descubrí que nos podíamos comunicar entre pantallas, que vivían Montse y Cabo entre la tinta unos metros más allá, en ese mundo llamado montaje. Conocí de primera mano, y así sigo, que la esclavitud de no tener horarios era mayor que la proveniente de fichar, y que por muy tarde que nos fuéramos siempre quedaban los entintados de rotativa, las bobinas de papel y sus tórridas historias y Rojo con su camión repleto de gruñidos. Arriba Yolanda nos recordaba entre módulo y módulo que existía Miajadas y nos abrió el camino de Las Landas vía Labenne, Ana Altuna sonreiría por allí años después, goian bego, mientras el laberinto de la máquina de café nos llevaría a Egin Irratia con Marian y Maribi, entre otras, dándonos las mañanas. Un pasillo cada vez menos estrecho para compartir y aprovechar información.

Una experiencia llena de pisos de alquiler (¡Asus, hay que ducharse!) por la geografía guipuzcoana con compañeros a cada cual mejor y más raro para cada ocasión, atado a horarios de sol a sol, de poca vida social y descubrimiento de las sagardotegis en estado químicamente puro. Bileritis para convencer a Xole, a Dabi, a Olatz, decir adiós a otros, cambiar lo imposible y recordar, con franciscana paciencia, a todas las personas de bien que de poner burro había que hacerlo con b de burrada.

Quiero volver al comedor y saludar a Lourdes e Ina, beti gogoan, batir records de velocidad de digestión y de cortar teletipos cuando no podíamos escaquearnos para volar por Internet como se estila ahora.

Quiero visitar el despacho, casi siempre abierto, de todos los directores que he conocido, incluso de los que han parecido renegar en alguna ocasión de su currículo. Jose Félix Azurmendi, Pablo Muñoz, Xabier Oleaga, Javier Salutregi estuvieron con mayor y menor fortuna al frente de la nave, en este caso industrial. Quiero sentirme partícipe de los malos momentos, ayudar a cambiar de diseño, aportar ideas y conseguir que, como en la cuadrilla, en Egin también se hiciera una porra ciclista y Andoni se afanara en conseguir premios.

Añoro vacilar a Pepe Rei con el Celta, verle tirar de teléfono y de hilo para desentrañar la madeja. Vuelvo a sonreír en una de las visitas no deseadas, allá por el 93, de la mano de la zancadilla idiomática del folio que rezaba “Guek ere txakurrak garete”, nuestra única arma, la resignada ironía, para decir no a la tropelía autóctona que abrió camino al cierre. Un día estupendo para que los levitadores profesionales nos digan aquello de que sea el lector y nadie más quien decida si un periódico sigue o no en los kioscos.

Por eso guardo como oro en paño en uno de mis lóbulos el teléfono de un bar de Albacete cuando, qué tiempos, la Real se clasificó para la UEFA con gol de penalti, dudoso porque había que cantar la crónica rodeado de parroquianos descontentos. No están marchitas algunas fotos salvadas del naufragio, varias incluso “perpetradas” personalmente en la confección de reportajes a prueba de calendario. Quizá por eso me encantó reencontrarme con Carlos Corbella y comprobar que hemos cambiado, incluso de compañías, pero que sigue haciendo fotos. Poder decirle que me gustó cubrir el Tour a lomos de una furgoneta llena de provisiones, colándonos en cada meta y en cada salida, que me encantó espantar a la concurrencia del circuito de Spa a base de oleadas de olor de pies, conducir cantando himnos de misa de ocho para no dormirme y, sobre todo, haber contemplado in situ como a Perico Delgado se le atrasaba el reloj.

Deseo agradecer la confianza depositada en mí, aun por parte de los que me conocían. El haberme permitido tomar decisiones y encabezar proyectos, incluso a los que para hacer del periódico un crisol multicolor me permitían escribir camino de la esposa prieta y la mazmorra. Los mismos que vieron en mí alguien capaz de garabatear sobre deportes sin que le pasase como a Iturria al que ahora acusan, nada menos, que de ser del Athletic y de potear en Ea (pueblo). He podido escribir horóscopos y (¿por fin?) regresar a casa, con agonías Núñez vacilando a Miren, a Pantxito… y a Josetxo Pedrosa, llenar páginas de fútbol y al terminar un balompédico Mundial, el del 98, entre bocinas y gritos de inquebrantable adhesión a la grandeur de la France, recibir la sacudida violenta que hacen los asnos con sus patas.

Me percaté de que el teléfono móvil tenía ya una utilidad antes de descubrir su uso para el sexo escrito. Nos permitió unirnos en el dolor y en la tarea de mantener la dignidad. Era otra era, la de la coz contra el aguijón, la de Euskadi Información, la de la solidaridad de verdad y la espumosa, la del difícil equilibrio entre lo profesional y lo personal, la del sálvese quien pueda.

Por eso pido que me perdonen los rostros a los que no puedo poner nombre y apellido, los que se me han traspapelado, a los que no quiero nombrar, a los que durante la travesía prefirieron dejarnos en la estacada para mejorar o para no tener que pelear, a los que no menciono para que la letanía no sea una tortura mayor que a la que nos condenaron.

Y es que cada vez que lo pienso me parece mayor burrada y como dice la chavalería armada de mp4 y memorias USB vacías de contenido histórico (la culpa es nuestra, o casi) ¡que no me rayen! con el cuento de la libertad de expresión los que la tienen asegurada y los que, además, la reparten y la quitan a borbotones. Como decía el gran filósofo Asier Korta para finiquitar cada discusión: “Entre tus argumentos y los míos, me quedo con los míos”. Y asunto resuelto. No es ninguna burrada, es simplemente un abrazo, tan virtual como enorme que os quería hacer llegar. Gora EGIN.

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